Susana Ibáñez nació y vive en la Ciudad de Santa Fe. Es doctora en Literaturas y Culturas Comparadas y docente de cátedras de Literatura en Lengua Inglesa en el nivel superior. En su último libro Aprender a flotar, la voz de Susana acompaña al lector para comprender sin angustiarse, los fracasos, tragedias y obsesiones rutinarias que minan el libro. Esas minas terrestres están colocadas a propósito, para que vayan explotando por el simple placer de la lectura y de la curiosidad también, de comprender al mundo.
En el primer cuento “Tabla del once”, hay una madre ausente, una niña pequeña que parece padecer un déficit de atención y la protagonista en primera persona: una mujer ya grande que recuerda y narra. Una interlocutora escuchará en silencio a esta hermana mayor que, con diez años, tuvo que hacerse cargo de la pequeña. Un padre autoritario se impone para no responder por qué se fue su mujer y madre de estos chicos. La sordidez del silencio del campo, alejado del pueblo más cercano, revela en la niña-madre una obsesiva repetición de las tablas que aprendió en sus únicos dos años de asistencia a la escuela. Habrá un pequeño quiebre cuando repite la del doce y es cuando suele enfurecerse. Repite esas tablas para no perderse en la brutalidad del campo, en el peligro siempre latente del río tan cercano que va tomando protagonismo.
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